Por Juan José Landa
Ha recibido varios reconocimientos por su labor como historiador y conferencista, es autor de más de nueve libros sobre Cuernavaca, entre los que destacan Los Tlahuicas” y Archivos Zapatistas. “Se hizo acreedor de la “Bugambilia de Plata”, otorgada por el H. Ayuntamiento; se ganó el primer premio en los Juegos Florales, y le fue entregada “La Rosa de Plata”.
Muchas son las historias y los recuerdos de las inmensas huertas que antaño existieron en Cuernavaca, las cuales se expandieron, a través de los siglos, por todo el Valle de Cuauhnáhuac. La vida de los cuernavacenses, en torno a los árboles frutales, transcurría en armonía con la naturaleza, y este medio ambiente es el que disfrutó la gente morelense del pasado, hace más de cuarenta años, este tema es parte de la identidad de los nativos de Morelos.
Estimado lector, con los testimonios orales de la gente longeva, con lo que hay escrito y con lo que le tocó ser testigo al que esto escribe, podemos hacer una remembranza de las huertas de Cuernavaca. Por ejemplo, para los cuernavacenses de antaño era común caminar, divertirse, descansar o trabajar bajo bóvedas de frondas y techumbres de enramadas, doseles vegetales que siempre dieron sombra fresca a la gente, protegiéndola del sol esplendoroso de esta tierra caliente. Era un microclima arbóreo que en aquel entonces contribuía a generar el clima paradisíaco, de la que llamaban la ciudad de la Eterna Primavera.
En los años sesenta, como estudiante de la primaria Felipe Neri, con los cuates de la escuela nos íbamos saliendo de clases, a asaltar las huertas, casi siempre la del Rancho Colorado, que era la más cercana a nuestro barrio de Gualupita. En esta arboleda crecían muchísimos árboles de guayaba pomarrosa, manjar de esta tierra que dio el mote de “guayaberos” a los habitantes de Cuernavaca. Desafortunadamente, la pomarrosa se ha ido extinguiendo en esta ciudad. Actualmente, ni vestigios quedan de esa huerta, desde que en 1962 construyeron el mercado Adolfo López Mateos. Otra huerta cercana a Gualupita, fue la Amatitlán. Asimismo, la huerta más cercana al centro de Cuernavaca fue la del barrio de Santo Cristo, al sur del Palacio de Cortés. Al construir el boulevard Juárez en 1945, acabaron con los árboles frutales que allí crecían. Existió otra huerta cercana al centro de Cuernavaca, la del obispado, situada al sur de la Catedral; cuyo terreno se expropió en 1928, para inaugurar allí en 1933 el parque Revolución, después en 1957 en este mismo lugar inauguraron un Jardín de Niños, con lo que desaparecieron los vestigios de aquella huerta del obispado.
Se podría decir por ejemplo, que al terminar la revolución en 1920, la mitad del municipio de Cuernavaca era una huerta, cuyos frutos dieron de comer a los cuernavacenses en las hambrunas de la guerra. Esta gracia de la naturaleza se debió a la abundancia de manantiales que antaño había en esta tierra, cuyas aguas se canalizaban a una red de apantles, que irrigaban los suelos donde crecían las huertas, cercadas por tecorrales, árboles de zompantle o troncos, pero muchas no estaban cercadas.
La huerta situada al sur de Cuernavaca, siempre fue la de Chipitlán, era enorme y se confundía con las cazahuateras que abundaban en ese lugar. Aquí se dieron fuertes combates entre zapatistas y federales, en la guerra de 1914; después de estas batallas muchísimos árboles quedaron marcados con impactos de balas. Había otras huertas en Tlaltenango, en medio de ellas en 1523, Hernán Cortés construyó su finca y la capilla de San José. Las de Acapantzingo fueron famosas porque las mencionan los conquistadores en 1521; dicen que en medio de ellas durmieron la noche del 13 de abril y que eran propiedad de un tlahuica principal llamado Yoatzin. En 1866, Blasío secretario de Maximiliano, dijo que visitaron “varios jardines –en Acapantzingo- muy hermosos del pueblecillo”. Entre estas huertas el emperador construyó la casa del “Olvido” . San Antón era un pueblito oculto en la inmensidad de las huertas. En medio de estas arboledas había vestigios arqueológicos de los tlahuicas, como la roca del lagarto. Las dos barrancas que rodeaban dicho pueblito, la de los Caldos y la de San Antón, estaban llenas de guayabos, quizás por esto aquí hacían un rico “guayabate” , dulce en almíbar típico de Cuernavaca. En 1845 Guillermo Prieto dijo de San Antón “está situado en un bosquecillo risueño de árboles frutales y de flores”.
Cuando Cuernavaca fue declarada ciudad en 1834, existían las siguientes huertas: las de los pueblos de Santa María, Tetela, Tlaltenango, San Antón, Chipitlán, Acapantzingo, Chapultepec y Atlacomulco; las de los barrios de San Francisco, Santo Cristo, San Pablo, Amanalco, Cantarranas y la del Obispado. Cuando los norteamericanos tomaron Cuernavaca en 1848, durante su estancia en esta ciudad comieron fruta en exceso, motivo por el que muchos gringos enfermaron del estomago y varios por esta causa murieron al llegar a la ciudad de México. Si en 1959 alguien hubiera querido ver al mismo tiempo todos los frutos que se daban en Cuernavaca, en sus respectivas temporadas, solo tenían que visitar el mercado ubicado en la calle Guerrero y allí las marchantas le ofrecían flamantes montones de estas frutas, por ejemplo las ciruelas las acomodaban en forma de pirámide. Las frutas eran fuente de ingresos económicos; había fruteros que vendían la fruta al menudeo y había muchos que la comercializaban al mayoreo, transportándola en camiones a la Ciudad de Mexico
Finalmente, mencionaré los frutos de las huertas de Cuernavaca, por orden de abundancia: guayaba (varias clases), ciruela, plátano (varias clases), mango (varias clases), zapote (varias clases), aguacate, mamey, chicos, limón, naranja, durazno, cuajinicuil, lima, anona, chirimoya, nanche, membrillo, toronja, níspero, guamúchil, granada, arrayán, tejocote, papaya y el coquito de la palmera.
Es evidente que había árboles frutales nativos e introducidos y frutos de clima frío y caliente. Para concluir, considero que las huertas se extinguieron por causa del voraz crecimiento urbano, cuyas consecuencias ocasionaron la tala de los árboles, también por la contaminación de las barrancas, por una plaga que efecto los frutos y por la proliferación de fauna nociva.